El futuro en nuestras manos

Publicado en "Tiempo Empresario" Nº 189 - Enero 2004

Lo vivimos cada día en la calle y lo vemos cada noche en los noticieros; crímenes aberrantes, actos de corrupción, impunidad, violación de las mínimas reglas de convivencia, o simple falta de cortesía. Todos queremos un cambio para bien, pero ¿puede cada uno hacer algo realmente productivo al respecto? ¿O sólo nos queda resignarnos y mirar hacia otro lado?¿por donde empezamos? Nuestra primera reacción suele ser despotricar contra a los políticos o el fondo monetario, entre otros clásicos “culpables y salvadores”, pero si lo analizamos con mayor detenimiento descubrimos que poco tienen que ver con la solución de la crisis moral de nuestra sociedad. Esta no será provista por ninguna fuerza superior a la de nuestra propia voluntad.

La difícil situación económica no es la causa principal de todas las barbaridades que oímos a diario. De ser así, más de la mitad de los argentinos, sumidos en la pobreza, tendrían que ser criminales, y evidentemente ese no es el caso. La idea de que más ingresos solucionarían todos los problemas es tan falso como que las personas adineradas no incurren en delitos y son mejores personas. Mucho menos podemos permitirnos caer en el facilismo de concluir que se trata de un problema “cultural” o que es el producto del “sistema que nos imponen” como se dice tan a menudo. Qué enorme falacia. Ni la cultura ni el sistema nos predisponen a actuar de mala fe y a transgredir las leyes: la raíz del problema está en lo profundo de cada individuo que elige seguir lo que dicta su ego, en lugar de permitir que valores más elevados determinen sus elecciones. “Resulta trágico ver cuan escandalosamente un hombre estropea su propia vida y la de los demás y sin embargo es incapaz de ver hasta que punto toda la tragedia se origina en él y como continuamente la alimenta y la hace existir, mientras conscientemente se encuentra enfrascado en la lamentación por un mundo sin fe que cada vez se le escapa más y más” explicó Carl Jung el famosos psiquiatra contemporáneo de Freud. Cada criminal, cada persona que comete actos reprochables lo hace influenciado por sus problemas más íntimos, no por las circunstancias externas que lo aquejan a diario: muchos otros argentinos padecen los mismos problemas pero mantienen su integridad y honestidad gracias a que han sentado las bases de su personalidad en principios y virtudes más nobles.

Es por eso que la educación debe ser el fundamento primordial de la constitución de toda persona. Educación entendida como formación, no como la acumulación superficial de conocimientos que el alumno desestima y desecha tan pronto termina el ciclo lectivo (lamentablemente los pasmosos resultados de la ley de educación “superior” demuestran que esta tendencia va en aumento), El núcleo de la formación debe ser, ante todo, la asimilación de una apropiada escala de valores. Esto no se logra memorizando una lista de palabras sin sentido para el alumno; demanda tiempo, esfuerzo, y paciencia para estimularlo de manera que cumpla con su rol y aprenda por propio interés, no por obligación.

El mismo presidente es conciente de que la educación es el único medio para construir una sociedad mejor, un país verdaderamente diferente. En su discurso de apertura de las sesiones del congreso, Kirchner dijo que “los docentes son los principales actores para el cambio de nuestra nación” (simultáneamente Obeid, en lugar de regularizar la situación de los docentes no inscriptos, impulsó un aumento de los sueldos en negro). En lo que a formación respecta, la familia también es un actor fundamental. Todos tenemos el deber de educar a los más pequeños, sean nuestros hijos o no.

¿Quiere aportar su valioso grano de arena? Invite a los niños a leer y comprender las máximas de San Martín, el padre de nuestra patria. Enséñeles a diferenciar los impulsos del ego de los deseos altruistas, solidarios y a subordinar los primeros a los segundos. Explíqueles porqué es importante y beneficioso hacer lo correcto, sin importar que el vecino o el dirigente de turno –que no tiene imaginación para planificar nada a diez años en el futuro– se empeñe en hacer lo contrario. Es evidente que se necesita creatividad y paciencia. Y ya que la mejor forma de educar es predicar con el ejemplo, necesitamos perfeccionar nuestra conducta, pulir nuestras asperezas, mantenernos firmes para no hacer concesiones de dudosa validez; solo los fuertes pueden decir “esto está mal y no lo haremos más”. En resumen, como dijo Mahatma Ghandi, “nosotros deberíamos ser el cambio que queremos para el mundo”. Para ello no hace falta ser perfecto, sino tan sólo tener buena voluntad. “Bueno es aquel que siempre intenta ser mejor” decía Confucio.

Por eso la próxima vez que piense en los problemas que parecen poner en jaque a nuestro porvenir, no se equivoque ni se desanime: El futuro que añoramos para nuestros hijos no está en las manos de las AFJP, sino en las nuestras. Depende de usted ayudar a construirlo.

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